Mi casamiento( las semejanzas con la vida real corren por su cuenta)

Hay conversaciones que solo se escuchan en funerales.
Es copiosa la cantidad de gente,
que pasa
de largo,
van al bautismo de un arca,
se necesita una ambulancia para socorrer a sus compungidas almas.
Los que llegan vienen ebrios, más turbados que nunca,
traen presentes envueltos en celofán y pasados hechos bolsas,
que detalle tan elocuente el de no decir nada,
ni cuando llueve ni cuando para.
La madre de la novia viene a estrenar la emoción numero once,
luce un conjunto de prejuicios que le combinan bien con la ropa,
los parientes se hacen notar yertos en almidón,
yo los atiendo con entusiasmo y ellos me acusan de mala praxis.
Las convenciones generales visten de frac para no desentonar con el nivel del acontecimiento.
La madrina practica el sexo verbal, el padrino hundido en el silencio
solo escabia.
Sirvo un banquete en el suelo,
los comensales se quitan las ropas y actúan como cerdos,
soy feliz y estamos como “chanchos en el barro” decía mi madre.

Nadie dice la verdad y esa será la condición para entrar (para estar en el mundo),
se puede hablar banalidades mientras se pican las venas.
Un sastre viene diligente con la mortaja a medida
y la novia se arruinara la carita con un gesto de conmovida,
ya pago la primer cuota del cementerio.

Yo musicalizo la fiesta,
y de tanto escuchar jazz la gente se vuelve loca,
a mí me da epilepsia,
y la novia ya esta otra vez estremecida
atendiendo a un invitado en su alcoba.

Pero esto es una boda, mejor dicho mí casamiento,
por eso nadie sufre, todos gozan,
mañana se embarcan en el arca,
para escaparle a las inclemencias de un acabo de mundo,
yo no se decir otra cosa que:”que sea lo que Dios quiera”,
entonces los miro y ellos me responden con un tremolo de pechos.

Me siento como el dueño del circo,
mientras me desplazo voy generando respeto entre los concurrentes,
en la esquina de la sala hay tres clítoris que me miran incisivos,
son las amigas de la novia que se ilusionan mirándome los zapatos.

En toda normalidad subyace un absurdo tan grande.

Ahora no puedo parar de repetir averiadas oraciones, de esgrimir refranes a cada instante,
“mas vale ver cien pájaros volando, que tener uno en la mano”
“en la casa del herrero Villalobos no faltan las botellas ni las guachas”,
“cunado el rió suena es que gorjea la pacha”,
“ si nunca te animaste a beber ginebra es que sos puto”.

Finalmente este acontecimiento tiene armonía, swing,
hay sirenas prófugas de la marina que bailan en la pista,
en el patio los más precavidos usan escafandra para sumergirse en la piscina.

Los desconocidos se organizan y dominan la fiesta.

Los hechos se precipitan,
el cura cambia la Biblia por un código penal,
me vocifera enfurecido:
¡la amaras hasta que la muerte los separe,
por que a nuestro padre le gusta si,
y si no obedeces en el fuego eterno te consumirá!

Yo opto por degollar a la novia,
de los invitados varias mujeres levantan la mano para remplazar a la difunta,
pero elijo casarme con un rico asado de costilla.
Hay estupor en primer momento,
pero luego todo retorna a la normalidad
y estamos otra vez como los “chanchos en el barro” decía mi madre.

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