La morena Quilaqueo

Algo agarrado de tus trenzas siempre voy,
nunca tan lejos de tus largas polleras,
eternamente cerca de tu amplia frente.
Por ella, hice extensas caminatas,
me detuve a la altura de tus sienes,
y te saque las mil balas que te pegaste,
en los turbios días de turbias noches.

Bebiste la ponzoña con furia,
cuando tu guitarra no sonó tus heridas.
Casi inalterable candidata a mala madre,
segura protagonista en el canto,
parido por la vida,
por la muerte,
jamás por oquedades.

La tengo presente como un instinto
de piernas y manos delgadas,
gruñendo nunca por los rincones,
siempre por las avenidas de la casa,
socializando sus penas para no morirse.

Hubo días en que fue tan suave,
que creí que era un algodón
tañendo el charango.
Hubo días en que nos dio un beso de tifón,
almorzamos granizos,
cenamos un pariente al escabeche,
y nos fuimos a dormir con los brazos rotos
por un abrazo de hacha afilada.

Así es mi vieja como un si siete
de las milongas tristes.
Sus días hilarantes
generaron movimientos telúricos en el barrio.
Tuve licencia para el desconsuelo
en sus enloquecidas noches,
entonces fui aprendiendo a amar la vida
jugando sin amigos en la esquina.

Durante toda mi vigilia
me acompaño la música,
la música que era mi madre,
orgullosa de sus ancestros
peligrosamente triste por sus descendientes,
de cuerdas,
de cajas,
de tristezas yeguas
como la que monto siempre
de esta estridente manera.

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